La mayoría de los copywriters que conozco dividen a los clientes entre «buenos» o «malos».
Por mi parte, soy de los que prefiere ordenarlos entre «poco» o «muy» exigentes. Y si te digo la verdad, mis favoritos son los segundos.
Los primeros o los de «todo está bien» a duras penas te permiten conseguir unos textos que funcionen.
El copywriting no es magia. Es implicación. Un trabajo artesanal, vaya.
Ah, ¿los clientes tóxicos? A esos lo mejor es darles una palmadita en la espalda mientras les cierras la puerta.
Que no entren ni al recibidor.
Hablábamos de clientes exigentes, ¿verdad?
Lo que más disfruto de este tipo de emprendedores es que te tienes que ganar su confianza.
No viene nada, por mucho dinero que te paguen, sino que miran con lupa cada paso que das.
Aunque en muchas ocasiones pueden llegar a desesperar, la realidad es que solo buscan un resultado muy concreto: que tengas el compromiso que su marca necesite.
Y como te decía, eso te lo tienes que ganar.
Hablando con él, escuchándole, entendiendo sus pensamientos y, sobre todo, alineándote con él.
Rock and roll, vaya. Sobre todo cuando te toque ponerte fuerte en su posición.
Pero de eso hablaremos otro día, que yo ahora me voy a poner a todo volumen la canción de rock con la que lloré en un concierto.