Cuando empecé a emprender, me importaban muchísimo las apariencias.
Tanto, que no quería mostrar nada de mi día a día para que la gente no juzgara.
Lo había visto en otros.
Es que este trabaja demasiado o demasiado poco.
Es que este hace no sé qué o no sé cuántos.
Y yo no quería formar parte de este juego.
De hecho, la primera vez que estuve en un evento tomando algo, me di cuenta de ello.
Hablar. Hablar. Hablar.
Pero con el paso del tiempo, me ha dejado de importar.
Supongo que porque me da exactamente lo mismo lo que puedan opinar desconocidos.
Y mucho menos emprendedores que van con el dedo apuntando a los demás.
Te escribo a las 3 de la mañana porque me he quedado toda la noche trabajando.
Porque hoy me voy a Madrid a iniciar los preparativos para algo muy importante.
Y porque me apasiona quedarme hasta tarde haciendo algo que me gusta tanto como mi negocio.
Aquí es donde me enamoro de nuevo de lo que hago.
Y es que, la única manera en la que yo entiendo hacer realidad cualquier objetivo es obsesionándome.
No entiendo las medias tintas. No entiendo el equilibrio. No entiendo los horarios.
Entiendo de marcarme innegociables personales que no se moverán y de ir a por todas después.
Sabiendo por experiencia que cualquier enfoque que hubiera sido, a medias, me hubiera dejado frío.
No lo sé.
Igual te estoy diciendo una locura.
Igual no.
Pero me apasiona trabajar en lo que hago.
Aunque algunos días mandaría al universo a paseo.