Uno de los recuerdos más bonitos que tengo son las tardes de verano con mi abuelo.
Muchas veces a las 20:00, cuando acababan los dibujos en La2, nos íbamos a dar un paseo.
Juntos.
Estábamos en La Manga, yo debía de tener unos 8 o 9 años y ese tiempo lo pasábamos solos.
Siempre fue mi persona favorita y a día de hoy lo sigue siendo.
De hecho, te escribo cada día con su antigua radio a mi lado para recordarme que el tiempo pasa y que hay que aprovecharlo.
También porque le echo jodidamente de menos y teniéndolo ahí me siento siempre acompañado.
Pero antes de que se me salten las lágrimas, quería decirte algo.
Nuestra tradición era comprar un bocadillo de tortilla en el mejor sitio de bocadillos del mundo, llevarlo a casa y ver por la noche algo juntos.
Puede que viéramos una serie.
A veces jugábamos a la consola.
No importa.
Creo que él hubiera hecho cualquier cosa a la que yo estuviera dispuesto.
Sin embargo, cuando nos veía llegar, muchas veces mi abuela nos regañaba.
No porque tomarme 4 o 5 de esos bocadillos cada día me estuviera poniendo como una bola.
Cuando has vivido etapas complicadas, lo de las mollicas tiene su encanto.
No.
Lo que de verdad le preocupaba era mi colesterol.
Después se ha demostrado que lo de los huevos no está el problema en la cantidad, sino en la alimentación en general.
Pero ya sabes, mitos.
Y al igual que mi abuela me repetía todos estos, muchos emprendedores y gurús te repiten lo que simplemente han escuchado decir a otros.
Lo que yo te animo a hacer es lo siguiente.
Nunca des por hecho nada de lo que te cuentan.
Ni siquiera si te lo cuento yo.
Prueba y analiza resultados.
Esa es la diferencia entre replicar ventas o entenderlas de verdad.
Y ahora me voy a por un bocadillo.
No de tortilla porque ahora soy vegano —mi abuelo fliparía—, pero sí para desayunar algo.