Cuentan que el gran Miles Davis llegaba a sus sesiones de grabación con apuntes, bocetos y muchas ideas en su mente.
Como músico de jazz que era, sabía que los mejores temas surgían de una mezcla entre sus ideas, partituras y el talento de sus compañeros.
Durante toda su carrera se atrevió a experimentar con su música, a buscar un enfoque diferente en cada tema… y a querer dejar un legado imborrable.
Para ello no estuvo solo. Contaba con sus compañeros. Sus socios. Otros músicos con la complicidad y la confianza para crear obras como Kind of blue.
Decía que uno de sus secretos era no invertir demasiado tiempo en darle forma a una idea, sino dejarse llevar por su instinto y ponerla en práctica.
Producir obras sin descanso, rodearse de los mejores y formar equipos sobresalientes que pudieran dar un toque diferente a cada uno de sus trabajos…
… algo que funciona de maravilla en el mundo del arte, pero que encuentra sus límites si quieres construir un negocio basado en el copywriting.
Mira.
Muchas veces me he preguntado por qué no fui nunca capaz de monetizar aquel proyecto literario que tenía.
Hoy en día estoy convencido de que lo hubiera monetizado de una manera acertada. No sé si para un sueldo, pero desde luego me habría quedado muy cerca.
Y la causa era esta.
Miles Davis.
Como él, seguía a todas las luces que me encontraba por el camino. Estaba convencido de que cuanto más hiciera más posible sería.
Pero no era así.
Los días tienen 24 horas y hasta donde yo sé, todavía nadie se puede clonar para abarcar más.
Y aunque Julio César decía aquello de divide y vencerás, la vida te enseña que los resultados están más en poner el ojo y hacer todo lo que esté en tu mano para lograrlo.
Si hoy volviera atrás reduciría el número de proyectos y apostaría al 100% por mí.
Y sé que funcionaría mil veces mejor que entonces.