De entre todas las plantas del mundo, las amapolas son las que han guardado durante toda nuestra historia el secreto del éxito.
Sin embargo, pocas personas han tenido hasta ahora la paciencia y el interés por descifrarlo.
Yo tampoco lo comprendí cuando estaba en el colegio, pero por suerte alguien me lo desveló cuando llegó el momento.
Lo que aprendemos sobre amapolas en el aula de clase es que son plantas silvestres, lo que significa que no necesitan de la mano de las personas.
Cuando una amapola florece, dará a luz una de las semillas más pequeñas y livianas que existen en la naturaleza.
Perfectas para que el aire las lleve de un lugar a otro y las deposite en escenarios diferentes, esperando a que florezcan.
Se calcula que una brisa es capaz de transportar 450 gramos de peso y en ese peso se estima que habría 750.000 semillas de amapolas que viajarán muy lejos.
Algunas nacerán. Otras, no. Puede que haya unas cuantas de las que se alimenten los pájaros y también que otras las pisemos los humanos sin darnos cuenta de la atrocidad que cometemos.
Pero lo importante no es eso. Que esto ocurra es inevitable. Como lo es para la amapola florecer de nuevo.
Pues si ha plantado 750.000 semillas, será irremediable que en algún lugar donde se posen se den las condiciones necesarias para que la planta vuelva a crecer.
Y que ella de más amapolas, y después otras tantas más, hasta que prácticamente en todos los países del mundo podamos encontrar esa flor.
Como te decía al principio.
El éxito es como las semillas de amapola.
Todos tenemos semillas, pero la diferencia está en que solo algunos deciden regarlas.
Y es que como personas, tenemos dos responsabilidades importantes con estas semillas.
La primera es plantar cuantas más, mejor, para diseñar cuantas más oportunidades de éxito posible.
La segunda consiste en crear el ambiente propicio para que alguna de esas semillas pueda crecer fuerte hasta florecer en forma de éxito.
Como hacen las amapolas, vaya.