La historia del principio de coherencia

Principio de Coherencia: la historia del relojero sin reloj

Sherlock Holmes me tocó muy fuerte cuando era un adolescente.

Me leí todas sus novelas y relatos.

Vi todas las películas que se estrenaron.

Disfruté de todas las adaptaciones a formato serie que se hicieron.

Y comencé a fijarme en todos los detalles.

No de las películas o de las series.

De la vida real.

Supongo que en el fondo quería ser como él.

No un detective, sino una persona tan inteligente que pudiera sorprender a cualquier persona.

Qué le voy a hacer si siempre he sido el listillo de la clase.

Un día acompañé a mi padre y a mi tío a una relojería para arreglar la correa del reloj de oro del segundo.

SI te digo la verdad, nunca he comprendido que nadie se gaste tanta pasta en un reloj que sólo da la hora.

Pero oye, cada uno a lo suyo. Que yo te escribo desde un iMac bastante caro y otros pensarán que soy idiota.

Y probablemente lo sea.

Total.

Que cuando entramos en la tienda me di cuenta de que el relojero no tenía reloj. 

En mi interior saltaron las alarmas y empecé a desconfiar de él.

¿Por qué una persona que arreglaba y vendía relojes no iba a llevar un reloj?

Me parecía incoherente.

Lo suficiente como para pensar en que si alguna vez me compraba un reloj, no lo compraría ahí.

Como dice el refrán…

La mujer del César no sólo ha de serlo, ha de parecerlo.

Y como las mujeres se merecen mucho más que refranes que dicen tonterías sobre ellas, actualicémoslo.

El buen relojero no sólo ha de serlo, ha de parecerlo.

Vamos, digo yo.

PD: Cuando me gradué en la Universidad el novio de mi madre me quiso regalar un Rolex de unos 600 euros. Lo miré y pensé… 

«Con eso me compraba un Apple Watch, que al menos tiene aplicaciones».