Hace mucho tiempo (en una galaxia muy lejana) tomé una decisión veraniega de esas que te acompañan toda la vida.
Creo que me encontraba en el verano de primero de carrera. Ese dulce momento donde eres lo suficiente mayor como para ir a la Universidad, pero todavía joven como para empezar con todo el embrollo de las prácticas universitarias. Así que aprovechas para disfrutar de esos últimos meses estivales de libertad total, aunque no seas consciente de ello porque no te lo has llegado si quiera a plantear.
En esa época yo había empezado a trastocar en serio todo esto de los proyectos en internet. Dos años antes había abierto mi blog literario (que empezaba a tomármelo en serio y no solo como un hobby) y me había unido a una comunidad de bloggers para desarrollar juntos otro proyecto sobre literatura, pero en el que cada uno de nosotros aportaba su pequeño granito de arena.
Aquel verano aprendí muchísimo.
¿Por qué no hay que tomar nunca decisiones en los relajados meses de verano?
Fíjate si mi intuición fue buena que mientras se acercaba el final de agosto yo comencé a verle las orejas al lobo.
Aquel verano había instaurado un modelo de funcionar de aquella comunidad. Un calendario de publicaciones, unas herramientas para ser más productivos de manera conjunta, unas cuantas secciones y posibilidades de contar la literatura de una manera diferente… que eran perfectas para cuando todos los integrantes disponíamos de las veinticuatro horas del día y podíamos trabajar en ellas sin ninguna limitación. Cuando las clases volvieran y los estudios tomaran el control, otro gallo cantaría.
De ello fui consciente en los compases finales de agosto. En aquel momento me pregunté que cómo sería capaz de acabar con todos los compromisos que estaba alcanzando si tuviera que estudiar de la misma manera en la que lo había hecho durante los primeros nueve meses de Universidad.
Sería imposible y no porque no fuera encajable en el tiempo, sino porque yo comencé los estudios con la seguridad de que tenía que dedicarle todas mis horas a los estudios para poder obtener las mejores calificaciones. Porque sí, por aquel entonces yo todavía creía que me convertiría en un abogado. Mira tú por dónde, cómo la vida acaba poniendo a cada cual en su redil.
¿Qué sucedió al final?
Cuando me percaté de todo ello hablé con mis compañeros y todos estuvieron conformes con mi punto de vista. Aquel verano había sido una aventura maravillosa de la mano de esa marca que desarrollamos de manera conjunta, pero cuando oeste terminó aquel proyecto nunca brilló de la misma manera.
En parte porque todos teníamos muchas obligaciones, en otra porque crecíamos y las prioridades y exigencias cambiaban, pero también porque cada uno de nosotros disponía de sus propios proyectos a desarrollar y nadie dio un paso por el equipo para poner por delante aquel vehículo conjunto a los individuales.
Nos pudo el ego, nos pudo la juventud y el pensar que nos convertiríamos en estrellas cada uno de nosotros a través de nuestras propias plataformas. Como te decía al principio, el tiempo pone a cada uno en su lugar.
¿Por qué te estoy contando todo esto?
Los meses de agosto siempre son mucho más tranquilos. Por lo menos para mí. La faena disminuye y tengo mucho más tiempo para mí y para los míos.
En esta tesitura, en demasiadas ocasiones he tenido la tentación de abrir nuevos frentes con los que sé que durante ese mes puedo lidiar, pero que también soy consciente de que una vez termine agosto y vuelva septiembre y su rutina, me costaría sangre, sudor, lágrimas y muchas horas de sueño poder desarrollar.
Por este motivo desde ese lejano primer verano universitario me tengo terminantemente prohibido iniciar proyectos en los meses de veraniegos. Todas las ideas las apunto y en septiembre, cuando vuelvo a tomar el ritmo habitual, considero si es oportuno o no sumar más carga a los ya repletos días de obligaciones.
¿Tú tomarías decisiones en verano?